Los escribas son, y con motivo, uno de los personajes más conocidos de la sociedad del antiguo Egipto. No sólo porque gracias al resultado de su labor profesional poseemos documentos de todo tipo que nos ayudan a conocer el mundo de los faraones, sino porque su imagen, sentados con las piernas cruzadas y un papiro estirado sobre los muslos mientras escriben, es icónica merced a estatuas como la obra maestra que se conserva en el Museo del Louvre. Pero, ¿cómo se formaban? Al fin y al cabo su limitado número los convertía en miembros de una profesión deseada por todos los padres para sus hijos.
Durante la época de las pirámides, eran los propios escribas quienes seleccionaban a un alumno y se encargaban de ir formándolo al convertirlo en su aprendiz. Era el sistema de aprendizaje de todos los oficios, a fin de cuentas. Es más que posible que en la corte existiera una pequeña escuela donde se formara a los príncipes y quizá a los hijos de algunos de los principales personajes del entorno real. Un modo de formación que; con seguridad, sabemos existió durante el Reino Medio, pues algunos personajes presumen de haber asistido a esas clases en la capital. Ya en el Reino Nuevo, con Egipto convertido en una de las potencias que dictaban la política del Mediterráneo oriental, los faraones necesitaron quizá administradores con una formación más reglada. Y algo así podemos ver en Amarna, donde la arqueología nos habla de que debía existir algún tipo de escuela que formara en el idioma acadio y otras materias a los escribas del ministerio de asuntos exteriores. Sólo así, dominando lo que era por entonces la lengua diplomática de la región, podían llevar a cabo la redacción y traducción de la importante correspondencia diplomática que generaban las posesiones y presencia egipcias en Siria-Palestina. Pero, antes de llegar a estos «estudios superiores», ¿cómo se formaba la columna vertebral de la Administración faraónica y en qué?
Como es lógico, lo principal era enseñarlos a leer y a escribir, pero no los bonitos jeroglíficos que vemos en tumbas y templos, sino la más práctica y rápida escritura: la hierática, que es una versión cursiva de los primeros. El sistema era sencillo, tras unas primeras lecciones para enseñarles las formas básicas de los signos se pasaba a dictar y copiar, dictar y copiar, hasta que la escritura quedaba dominada por el aprendiz de escriba. Los textos copiados eran siempre aleccionadores para el alumno, a quien se iba inculcando así la adecuada ideología de grupo. Seguidamente, o a la vez, aprendían las cuatro reglas aritméticas: sumar, restar, multiplicar y dividir, al tiempo que se memorizaban cómo solucionar diferentes «problemas tipo», que les ayudarían a enfrentarse a las principales tareas que les esperaban: hacer recuentos, llevar un inventario y calcular las raciones que les correspondían de paga a los trabajadores.
No debemos imaginarnos clases demasiado grandes y tampoco a los estudiantes afanados con sus pinceles sobre largos papiros. Éstos eran un material caro, de modo que en clase utilizaban pizarrines de madera recubierta de yeso para hacer sus prácticas, que acompañaban también con ejercicios realizados sobre ostraca. Un ostracon no es más que un pedazo de cerámica rota o una lasca de caliza con una superficie más o menos lisa que se utilizaba como soporte para la escritura. Era un material utilizado no sólo en las escuelas, sino para escribir documentos como contratos, cartas y demás en el día a día. El faraón tenía el monopolio del papiro y eso lo convertía en un material al que no era sencillo acceder.
Como es lógico, este tipo de formación poco reglada no siempre conseguía los resultados esperados; de modo que no todos los escribas llegaban a convertirse en ese funcionario perfecto del que habla la literatura egipcia. De hecho, en algunos textos satíricos se menciona esa debilidad de base de algunos de ellos, de los que hace burla por su incompetencia. Y eso a pesar de todos los esfuerzos pedagógicos de los profesores egipcios, fieles seguidores de la doctrina que considera que las orejas de los estudiantes se encuentran en sus posaderas y recomienda golpearlas con asiduidad y buena puntería cada vez que se desee mejorar los resultados y atención del alumno.