Tras la derrota de la invasión napoleónica a Egipto, los cónsules generales de Francia (Bernardino Drovetti) e Inglaterra (Henry Salt) se convirtieron en fuerzas vivas del país. Al ser los representantes de las principales potencias europeas, tenían fácil acceso al jedive* de Egipto, quien les proporcionaba permisos para excavar y quedarse con los monumentos egipcios que encontraran. Así, cada uno de ellos reunió tres importantísimas colecciones de antigüedades faraónicas que acabaron formando la base de los principales museos de Europa.
En 1824, una de ellas fue adquirida por el rey de Cerdeña y se convirtió en el núcleo del actual Museo Egipcio de la ciudad.
Apenas habían pasado dos años desde que descifrara los jeroglíficos y, conocedor del valor de la colección, Champollion pidió y obtuvo permiso para examinarla con detalle y escribir un catálogo razonado de la misma. Casi año y medio, entre junio de 1824 y noviembre de 1825, se pasó el erudito francés estudiando las incontables maravillas del museo, en especial los textos que las acompañaban. Al fin y al cabo, su intención era utilizarlos para afinar lo más posible su sistema para descifrar los jeroglíficos. No era el único que trabajaba con las piezas, pues compartió horas de debate y estudio en las galerías del museo con el abate Gazzera.
Su primer interés fueron las estatuas, que medía y describía con cuidado mientras se afanaba por descifrar sus inscripciones. Terminada su jornada en el museo marchaba a su residencia a redactar los primeros resultados de su estudio.
Un tanto apresurado, temeroso de que Gazzera, con quien hablaba largamente en el museo, pudiera incorporar algunas de sus ideas a la obra en la que estaba
trabajando en paralelo. Como en tantas ocasiones, sería su hermano Jacques- Joseph, conocido en el mundo académico como Champollion-Figeac, quien se encargaría de dar los toques finales al manuscrito, incluidas las salutaciones corteses dirigidas al duque de Blacas y la nota cronológica con la que termina esta primera de las: Lettres a M. le duc de Blacas d’Aulps, premier gentilhomme de la chambre, pair de France, etc., relatives au Musée Royal Égyptien de Turin; par M. Champollion le Jeune. Première lettre: monuments historiques, publicada en París en la casa Firmin Didot Pére et Fils en 1824.
El texto estaba dedicado, como no podía ser de otro modo, al primer duque de Blacas, que había ocupado numerosos puestos de responsabilidad durante el reinado de Luis XVIII, un período durante el cual no sólo favoreció mucho a Champollion, sino que fundó el Museo Egipcio dentro del Museo del Louvre.
En el texto, Champollion comienza criticando la pobre opinión que sobre las creaciones artísticas faraónicas tenía Johann Joachim Winckelman, el alemán creador de la moderna historia del arte. Algo para lo cual se había basado en un estudio sumario de apenas unas obras, las pocas que se conocían en Europa cuando escribió su obra. Después, Champollion va describiendo las estatuas y sus textos, decidido a reconstruir la historia egipcia, tomando para ello como referencia la lista de reyes del templo de Abydos: «El rostro de esta estatua, trabajado como todas las demás partes con un cuidado extremo, es de una perfección que no esperaba encontrar en una obra egipcia de un estilo tan antiguo. La expresión es a la vez dulce y orgullosa, y basta un examen rápido para darse cuenta de que nos encontramos ante un verdadero retrato» dice, por ejemplo (p. 70), del busto de un coloso de Ramsés el Grande. La carta termina con un saludo al duque, en la cual le informa de que a esta primera le seguirá una segunda donde describirá otros de los grandiosos monumentos del museo.
La nota cronológica de su hermano mayor, es un estudio muy interesante, donde Champollion-Figeac pone en paralelo la cronología egipcia de la dinastía XVIII según «los nombres de los reyes escritos en sus monumentos (es decir, las estatuas del Museo Egipcio de Turín) y según «los nombres de los reyes atendiendo a las cronologías antiguas». Pese a considerar a Ramsés VI el primer faraón de la XIX dinastía, el resultado es notable y nos permite comprender que el hermano mayor del genio descifrador era por sí mismo un erudito de gran calado, cuyos esfuerzos egiptológicos merecerían un estudio en profundidad.
José Miguel Parra©